lunes, 6 de octubre de 2008

Los nuevos significados en las casualidades


El aeropuerto es uno de aquellos lugares donde llegan muchas personas, sin embargo, es claro que no es un referente para el encuentro, una charla o donde se establezca el concreto enriquecimiento de un diálogo, ya que, para el sujeto común que frecuenta este tipo de lugares, el estar en estos espacios se convierte en un paso sin mucho significado; sólo es un instante más en su vida, el cual “vive” con mucha indiferencia y sin demasiados contratiempos. Es un momento pasajero y fugaz. Tan olvidable como pocos… Pese a este panorama, siempre encuentro un atractivo en los elementos y detalles que conforman el imaginario de lugares como estos. En realidad, la búsqueda de este tipo de elementos parece ser una tarea más fácil que arrancar frutas de un árbol, pero se debe tener en claro qué es lo que se está buscando.



Un aeropuerto, ciertamente, recoge situaciones en donde se hallan la tristeza, la alegría, el llanto y la nostalgia. Y las aprieta para sí. La frecuencia de las llegadas y las despedidas emotivas hacen que los aeropuertos se conviertan en lugares simbólicos, ejemplificándose en un escenario donde diariamente se presentan estos acontecimientos como ceremonias casi paganas. Por supuesto, se descubren diferencias si se comparan el regreso triunfal de los antiguos cazadores a sus asentamientos con la llegada de familiares de un viaje internacional o, la entrañable despedida de un amigo a un país lejano con el rito funerario y solemne de épocas arcaicas. Aquí, además de familiarizarse con los elementos visuales, se intenta que se pueda apropiar de situaciones intangibles con valiosos significados.



En este ejercicio, no se trata de requerir del llanto novelesco de la gente para capturar el tipo de significados que se está buscando. La dificultad (y la riqueza) de este camino consiste en percibir la otra cara de las imágenes… tal vez, observando la nostalgia desde las representaciones de cada persona en silencio admirando el amplio panorama detrás de la barrera de cristal, con dos momentos simultáneos: ventana extensa aquélla que, sin enfrentarse ante una resistencia, es suficiente para que pueda ser definida como una línea divisoria que “separa” a dos personas y, al mismo tiempo, como objeto que existe que es suficiente para ser evidenciado como un obstáculo y que en él se refleje el sentimiento del sujeto.

De todas maneras, esta actividad no pasa de ser una intención por reformular algunos de los significados de estos espacios; el aeropuerto cuenta con esa carga semiológica y, por ende, permite el desarrollo de estas posibilidades.

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