sábado, 2 de enero de 2010

Deconstitución semiológica de la obra “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez

Macondo, la ciudad imaginaria de Gabito

Común, corriente, cotidiano. Tan cercano como mágico. El mundo que ilustra Gabo en “Cien años de soledad” representa situaciones de la vida diaria, donde las historias se desarrollan en el ámbito familiar –muy particular- así como en las calles del pueblo. El lector se puede encontrar con los detalles arquitectónicos, estéticos y vernáculos de la casa de familia a través de las brillantes apariciones de las begonias o el daguerrotipo de la pequeña Remedios –como una especie de imagen icónica-. Sin embargo, la familiarización con los detalles también se encuentra con el reconocimiento de lugares comunes pero particulares como la botica, la iglesia, el prostíbulo o la estación del tren, aunque se habla de estos lugares con una singularidad que manifiestan los pueblos que empiezan a crecer.

Al principio, el pueblo fue fundado por unas trescientas personas, con labores comunes y sin una distinción de rasgos económicos y culturales, pero a medida que el pueblo fue creciendo se hizo “obligatorio” establecer funciones para cubrir ciertas necesidades; entonces, aparecen los lugares señalados anteriormente: la farmacia, la iglesia, el prostíbulo, la estación del tren y hasta una casa gubernamental. El pueblo crecía, pero a pesar de estar ubicado en una región casi inexplorada, el conocimiento de su existencia no fue indiferente al gobierno de la capital: este gobierno, al parecer, ambicioso y celoso de cualquier detalle todavía sin resolver, delegó a uno de los suyos para establecer “el orden, la paz y la tranquilidad” en nombre de la administración centralista. Y ahí llegó Apolinar Moscote, aunque no fue recibido de la mejor forma por José Arcadio Buendía…

En el filtro cromático de “Cien años de soledad”, aparecen significados coyunturales y realistas que se acompañan de otros con sentidos y esencias inclinados hacia lo surrealista. El rojo y el azul hacen parte de la primera definición, mientras que el amarillo surge del segundo enunciado.

La aparición del color rojo se suscita mediante la figura política del Partido Liberal, así como con la violencia y la sangre, que queda profundamente marcada en los días de guerra entre ambos bandos; la violencia, en ese sentido, aparece desde los fusilamientos coordinados en el mismo pueblo hasta la extensión de odio y virulencia que se desencadenó en muchas regiones del país.

El color azul queda convalidado a través de la primera figuración del Partido Conservador en Macondo: la llegada de Apolinar Moscote con la consigna gubernamental de empezar a transformar cromáticamente el blanco de las casas del pueblo al denso azul de su ideología partidista, taimada y provocadora.

Una de las épocas más relevantes en la obra describe cómo pudo empezar la llegada de inversionistas extranjeros para explotar la región de la ciénaga con plantaciones de banano, cuando Aureliano Triste encuentra a un hombre (Mr. Herbert) fuera del hotel de Jacob, enfadado por no conseguir una habitación; allí, con la hospitalidad que poseía todo Buendía en esa época, el hijo del coronel invita a Mr. Herbert a un almuerzo en la casa familiar, con una conversación que se desarrolló mediante el consumo de varios racimos de bananos. Mr. Herbert, que hasta ese momento estuvo trabajando en un negocio de “globos cautivos”, empezó a realizar una serie de estudios para, posteriormente, establecer la compañía bananera.

Los colores están mezclados en la obra de García Márquez, pero se diferencian uno de otro sin mayores dificultades, así como la disposición de engendrarse uno al otro en acontecimientos importantes de la obra, como por ejemplo, la gestación insondable del rojo en el amarillo, con una propuesta sintética que define al banano (amarillo) como signo precedente de la sangre (matanza·rojo). El acompañamiento cromático también se presenta en la situación amorosa y trágica entre ‘Meme’ y Mauricio Babilonia, enfrentando la pasión furtiva de los jóvenes enamorados y las mariposas amarillas que los acompañan…

Así mismo, la descripción de la rosa amarilla que cierto caballero le entrega a Remedios, la bella, se podría diagnosticar como la descomposición física y espiritual de dicho caballero ante una sola sonrisa cándida de la joven “más hermosa del mundo”. A manera de cortejo, emerge la rosa amarilla; a manera de rechazo, la cruel indiferencia de la muchacha.

De la misma manera, Gabo pone a disposición del lector el contacto con situaciones de metafísica y eventos espirituales, que podrían enmarcarse en una serie de pequeñas historias con un enorme significado:
> Cuando el padre Nicanor Reyna entra en un estado de levitación tras beber chocolate… y así, con esa prueba insólita, intenta mantener la fe católica en los habitantes del pueblo.
> Los años de lluvia que sacudieron la economía de Macondo, pero sobre todo, la fortuna (en animales) de Aureliano Segundo y Petra Cotes; años de lluvia que redujeron el número de parrandas organizadas por el festivo esposo de Fernanda del Carpio…
> Cuando Fernanda del Carpio y Remedios, la bella, están extendiendo las sábanas y surge, repentinamente, la elevación divina de la joven hermosa, que se va perdiendo en los cielos con dichas sábanas, pero eso sí, sin evitar el enorme disgusto de Fernanda del Carpio por “desaparecer” con esas sábanas…

Por otra parte, es muy interesante lo que se plantea la familia Buendía para luchar contra el olvido, pues utiliza, en primera instancia, los significantes escritos en un papel para tratar de recordar todo, pero cuando se dan cuenta de que eso no será suficiente, escriben los significados de cada cosa en un papelito y los pegan en su “objeto”, o en las paredes de la casa familiar, lo que da una idea acerca del ánimo voluntarioso del José Arcadio mayor para intentar esquivar el olvido y aferrarse con todo a los recuerdos.

“Cien años de soledad” está compuesto de una riqueza de elementos simbólicos tan atrayentes y a la vez tan familiares que, inevitablemente, la persona que lee esta obra se siente identificada con una de las situaciones particulares de la misma o se enamora de un personaje por la descripción tan imaginativa y seductora del autor. Claramente, la obra de Gabo no es sólo una asunción de su léxico desenvuelto –ya sea formal o coloquial- sino que tiene la capacidad de aterrizar el pensamiento y envolver al lector en sus escritos, pero además de contar, informa, porque tiene el compromiso –quizás adquirido de su intrincado desarrollo como periodista- de acompañar esos universos exiliados de su dilatado imaginario con el panorama cotidiano, tan vívido y descabellado como el mismo Macondo, aunque eso parece sustentar la línea de Gabriel García Márquez: el “Realismo mágico” naturalizado en experiencias y conocimientos ricos, maravillosos; de ahí, la ventaja incuestionable de Gabo volcada en la narrativa atrayente de “Cien años de soledad”, que descubre el oro virgen de dos mundos imperfectos pero parecidos: el real, del que muchos quieren escapar, junto al irreal, mágico, misterioso, encantador y necesario.